“Ahora estamos comprendiendo mejor que nunca el valor que tienen los cuidados para alcanzar una vida plena”

L. Losada/15-6-2020

Pilar Rodríguez, directora de la Fundación Pilares y exdirectora del Imserso, analiza en esta entrevista las causas y resultados de la crisis del COVID19, apostando por un cambio de modelo que abandone el asistencialista predominante

-Cómo se ha tratado a las personas mayores en España, en esta crisis del COVID-19?

Creo que en muchos lugares se ha producido una discriminación por razón de la edad y la situación de dependencia, al impedirse que muchas personas mayores accediesen a la atención especializada que se requiere ante una enfermedad tan grave como la covid19. Se trata de algo muy grave.

Cierto que cuando llegó la pandemia había un desconocimiento global sobre cómo actuar y con qué medios frente a ella. Pero está claro que algo ha fallado en nuestros sistemas sociosanitarios para tener resultados tan trágicos como el elevadísimo número de muertes de personas mayores, en especial en residencias, que hemos sufrido en España. Los recortes de las últimas décadas, en especial los de 2012 disminuyeron considerablemente los recursos técnicos y las ratios profesionales tanto en sanidad como en servicios sociales. Por otra parte, la velocidad infectiva del virus y la lentitud en reaccionar del sistema originó la escasez de EPIs y de productos diagnósticos, provocando un desproporcionado contagio de muchos de nuestros excelentes profesionales… Pero todo eso no justifica que tantas personas mayores y con discapacidad se hayan visto privadas de medidas epidemiológicas y de la asistencia sanitaria, contraviniendo así nuestra propia normativa, que garantiza el derecho a la misma a toda la población de manera universal y gratuita.

-¿Había alternativas?

Partimos de la realidad de haber vivido una realidad terrible que ha puesto en jaque al sistema sanitario, llegándose a tener un peligro real de colapso de los hospitales y las UCIs. En situaciones críticas como la de esta pandemia se viene utilizando la técnica del triaje, mediante la cual se determina qué personas conviene priorizar en la utilización de estos recursos. Pero los criterios a establecer deben estar relacionados con las condiciones de salud, analizados caso a caso, y nunca por razón de la edad, la discapacidad o por el lugar en el que vivan las personas.  Esa era la alternativa más justa, haber analizado qué personas podrían beneficiarse más del acceso a la atención hospitalaria y, en concreto, a las UCIs y a los respiradores, pero no condenar en bloque a un grupo de población al no acceso a estos recursos. También hubiera sido obligado atender por facultativos sanitarios a las personas enfermas en los centros…

A lo largo de estos meses hemos ido viendo cómo muchas de las personas mayores y muy mayores que sí han sido atendidas en hospitales, se han recuperado de la COVID19, cuestionando así que la edad avanzada o la situación de dependencia sea un criterio acertado de exclusión.

Pero a la hora de analizar las causas de los resultados que nos han conmovido tanto, forzoso es concluir que las mismas no son de ahora, sino que vienen de antiguo. El coronavirus ha actuado como un catalizador que ha destapado los problemas subyacentes en el diseño de nuestros sistemas de protección social. Por una parte, el sistema sanitario no ha resuelto cómo garantizar la atención médica, de enfermería, de fisioterapia, etc. a las personas que viven en residencias. Por su parte, y ante esta inacción, el sistema de servicios sociales ha creado una vía alternativa y contrata a sus expensas al equipo de profesionales sanitarios necesarios para el mantenimiento de su salud y de su capacidad funcional. Con ello, se ha creado un sistema paralelo low cost (con menores salarios, ratios escasas, falta de reconocimiento social), a cargo del débil sistema social, estableciéndose también un copago que abonan las propias personas residentes (repago), con olvido de que ya contribuyen con sus impuestos al pago de la sanidad pública, como el resto de la ciudadanía.

-Las residencias están en el punto de mira desde el principio. ¿Qué opinas de su abordaje de la situación?

Las residencias se han visto injustamente señaladas como culpables de la letalidad registrada en ellas. Se les ha pedido que ejercieran una función que no es la suya porque esta es la de cuidar, no la de curar ni desarrollar medidas de prevención y vigilancia epidemiológica (fines del sistema sanitario). Sin embargo, las residencias, pese a no tener los apoyos precisos desde de sanidad, ni equipos de protección, ni indicaciones precisas de actuación para frenar los contagios, reaccionaron con gran energía, vocación y valentía para salvar el mayor número posible de vidas.

Creo que la sociedad no ha sabido valorar este trabajo ni reconocer la enorme importancia que tienen los cuidados que se prestan por los equipos profesionales de la mayoría de las residencias. Así, ha prevalecido la imagen negativa de algunos centros que han tenido malas prácticas; todos esperamos que se actúe de manera contundente contra ellos.

-¿Y a partir de ahora, qué han de hacer las residencias?

Creo que las residencias han de mantenerse firmes en su función de cuidar bien a las personas y, además, ofrecerles los apoyos necesarios para que puedan mantener el máximo de su capacidad funcional. En esta línea, confío que los muchos centros que han optado ya por avanzar en el desarrollo de medidas y actuaciones acordes con el enfoque de atención centrada en la persona, perseveren en el camino emprendido.

Pero no es obligación de las residencias sino de los sistemas de protección social y sanitaria articular las medidas, recursos y procedimientos que garanticen por fin la atención sanitaria a las residencias desde los equipos de atención primaria, estableciendo también cauces de coordinación con los hospitales de referencia, y previéndose medidas epidemiológicas de carácter preventivo. Así mismo, y por parte de los servicios sociales, debe ampliarse la financiación y dotarse a los centros de ratios de profesionales suficientes y con mejores condiciones salariales. No hay que olvidar que para poder realizar una atención verdaderamente personalizada es totalmente necesario que el equipo de atención continuada de los centros sea el suficiente para realizar el acompañamiento cotidiano a las personas mayores. Esto convendría hacerlo a través de acuerdos entre la Administración general del Estado y las comunidades autónomas mediante la actualización y mejora del Sistema de Autonomía y Dependencia, tanto para lograr el reparto financiero equitativo que la Ley fijó, como para mejorar las prestaciones y el modelo de atención.

-A partir de la crisis del COVID19, desde la Fundación Pilares habéis difundido una declaración a favor de un cambio en el modelo de cuidados de larga duración ¿En qué consiste este cambio? ¿Es el mismo que, como profesional, Vd. venía proponiendo desde hace tiempo o es algo distinto?

Comenzando por el final de su pregunta, en efecto, desde hace muchos años y a través de los diferentes lugares en que he desempeñado mi actividad profesional, he tratado de contribuir a un cambio de modelo para abandonar el asistencialista predominante, que ahoga y rompe los proyectos de vida de las personas. Desde el ámbito técnico, promoviendo la creación de grupos de investigación y elaboración de documentos y publicaciones sobre residencias, centros de día y atención domiciliaria, tanto desde el IMSERSO como desde la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología. En cuanto al desempeño de mi papel como responsable de políticas sociales, también se iniciaron medidas concretas y aplicadas de cambio de modelo, primero en el periodo 1999-2003 y 2007-2008 en Asturias, y después en el de 2008-2010 en el IMSERSO, donde se desarrollaron diferentes actuaciones, proyectos arquitectónicos y diseño de recursos innovadores, basados en la atención integral y centrada en la persona.

La Fundación Pilares para la Autonomía Personal nació, hace ahora diez años, precisamente para impulsar y colaborar, esta vez desde el Tercer Sector, a promover esos cambios que consideramos necesarios. Y, a partir de la pandemia covid19, no dejamos de elaborar y difundir artículos, manifiestos y declaraciones como la que Vd. menciona en favor de esa transformación del modelo, que pasa por aplicar las medidas necesarias para que las personas que precisan cuidados de larga duración los reciban de una manera integral, integrada y personalizada, partiendo del respeto pleno a su dignidad y derechos y contando con su participación efectiva.

El modelo exige un cambio de perspectiva en lo que se refiere al diseño y gestión de los recursos y servicios, que deben contemplarse desde una mirada transversal que involucre, por una parte, a los diferentes sistemas de protección social (sanidad, servicios sociales, vivienda, urbanismo, participación…), pero también a las familias cuidadoras y a las redes y recursos de la comunidad en la que habitan las personas. Todo ello para lograr acercarnos a la dimensión de atención integral e integrada del modelo y que sean los servicios los que se adapten a las personas en lugar de que sean estas las que se adapten a los descoordinados, fragmentados e insuficientes recursos existentes. Ni que decir tiene que en esta transformación hay que rediseñar todos los servicios y recursos sociales, tanto los que permiten a las personas vivir en su domicilio y participar en su medio comunitario, como los centros de atención ambulatoria y los alojamientos, que tienen que diversificarse y, en su concepto, acercarse al modelo hogar (homelike) y alejarse definitivamente de la institución.

Desde la otra dimensión del modelo, la atención centrada en la persona, se propone que hay que cambiar especialmente la mirada hacia las personas que precisan cuidados de larga duración, de manera que aprendamos a verlas, no como enfermas, dependientes y demandantes, sino como personas singulares plenas de dignidad y derechos que, con independencia de los cuidados y apoyos que precisan, anhelan que su vida continúe teniendo sentido y puedan seguir controlándola. El protagonismo y participación de los y las profesionales que proporcionan los cuidados y apoyos para conseguir avanzar en este reto significa también, como muestran las evaluaciones realizadas, una resignificación muy valiosa de su cometido.

Se trata de algo difícil, pero apasionante. Nada más y nada menos que lograr que la existencia humana sea igual de valiosa a lo largo de toda la vida, hasta el último aliento. Tengo confianza en que este objetivo se asuma, tras los aprendizajes derivados de la pandemia que estamos atravesando, como misión de toda la sociedad. Ahora estamos comprendiendo seguramente mejor que nunca el valor que tienen los cuidados para alcanzar una vida plena. Ojalá esta experiencia se traduzca en una reconsideración de las prioridades y se pongan los recursos en aquello que realmente es beneficioso para todos.  

 

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