9-6-2020/Francisco Olavarría
Tengo la suerte de disfrutar del arte y vivir relativamente cerca del Museo del Prado, al que pertenezco como amigo colaborador.
El pasado 7 de marzo fue la última vez que visité el museo. Lo hice para asistir a la conferencia ‘Porcelana china en la pintura del Museo del Prado’, siendo por primera vez en ese momento, consciente de la gravedad que se avecinaba. Un rápido acceso y ni rastro de turistas me hizo sospechar que algo estaba cambiando. Pregunté y la sospecha se confirmó: “se han reducido considerablemente el número de visitantes a consecuencia del coronavirus en China e Italia”, me comentó una persona de seguridad. Los habituales a estos encuentros compartíamos esa misma sensación de extrañeza.
Previo a la conferencias de los sábados, me paseo por las salas. Mi mirada y análisis se detenían ese día en los cuadros de ‘Susana y los viejos’, de Tintoreto; ‘Séneca’, de Rubens; ‘Saturno devorando a su hijo’, de Goya… buscando conocer el origen del viejismo. En otras ocasiones hago lo mismo, identificando el menosprecio por las mujeres, que como se viene denunciado con mayor vehemencia por el activismo y con menor desde la academia, que en estos espacios de la alta cultura han sido relegadas a ser ‘Las invitadas’. Título muy revelador elegido por los comisarios para la exposición temporal que quedó en pausa y pendiente de inaugurar.
Para conocer el vasto patrimonio de esta institución no es suficiente con visitar sus salas. Los historiadores y aficionados al arte nos tenemos que conformar con conocerlo a través de su página web. De los cuadros que nunca he conseguido ver expuestos, es la ‘Vieja usurera’, de Ribera: la descripción de este lienzo es tremendamente sugerente para un activista como yo:
Si fuera joven, si no mirara torvamente y si no estuviera vestida con harapos probablemente se identificaría con la Justicia; pero su aspecto decrépito, su expresión desconfiada y los desastrados paños que la cubren, hacen que se haya visto en ella a una vieja usurera o, más probablemente, a una alegoría de la avaricia.
Una vez más, compruebo cómo envejecer es una desgracia, también en lo simbólico. Aquello que el arte contribuye a legitimar. ¿Quién se atreve a cuestionar a un genio del Arte?
Este análisis lo vivo con pesar pero también con esperanza y es que el edadismo y el viejismo, que no son lo mismo, han sido constructos sociales que hemos admitido como válidos desde tiempos remotos, pero hoy muchos nos empeñamos, desde nuestro ámbito de influencia, en desmontar todo ese sistema inadmisible de rechazo al diferente, al otro, que en estos tiempos de pandemia también han vivido los ciudadanos de origen asiático que han visitado nuestro país o conviven con nosotros.
Espero que esa nueva normalidad no ampare ninguna discri-minación.
Veremos si estos ejercicios que planteo para tonificar mi mirada y la tuya, sirven para activar la crítica hacia lo evidente y lo invisible, como el edadismo, que la pandemia ha puesto de manifiesto y que es tan grave como el racismo o el sexismo.