El envejecimiento es un hecho; hacerlo con dignidad, un derecho

OPINIÓN / Francisco Olavarría

Gerente del Consejo Español para la Defensa de la Discapacidad y la Dependencia 

Si aceptamos “personas mayores” como el término del consenso para referirse a aquellos que  cumplieron los 65 años y que esta cifra sea el inicio de una nueva etapa, podríamos decir que partimos de muchos convencionalismos que desde esta tribuna pasaré a cuestionar.

Personas mayores sí, pero demasiado impreciso, ¿no? En función de esto, todos somos ya mayores respecto alguien. Y además, ¿qué ocurre a los 65 años? ¿Qué nos hace iguales? Sabiendo lo anterior y por ser un poco constructivo, ¿por qué no empezamos a deconstruir los prejuicios que genera el edadismo y sus perversos efectos en nuestras vidas?

Siendo como es la única discriminación que todos en algún momento padeceremos, sino ya lo estamos viviendo, el edadismo nos concierne a todos, de no reproducirlo y de sí, denunciarlo públicamente y en cualquier foro.

Nuestra sociedad ha tolerado demasiado tiempo lo inaceptable, todos los estereotipos negativos sobre las personas mayores, donde éstas son mental y físicamente frágiles, testarudas, anticuadas, incapaces de aprender, infantiles, asexuales, normativas… en general, una carga para la sociedad, sin habernos cuestionado que la carga en sí, son todas estas falacias que esta visión (ciega) del edadismo nos ha otorgado.

Si como ya sabemos, nunca es tarde para nada, todavía estamos a tiempo de iniciar la revolución que implica vivir y cumplir años con orgullo, para que nadie decida por tu ropa, en qué gastar tu dinero, dónde vivir, con quién emparejarte o cuándo jubilarte del trabajo. Eso sí, necesitamos de una amplia mayoría social que se adhiera a los postulados antiedadistas. Porque sí, el envejecimiento no es una enfermedad ni tampoco un camino hacia el irremediable declive.

La vejez no es un patrón rígido, pero, eso sí, el envejecimiento puede ser reflejo de las desigualdades con las que vivimos y es que pertenecer a las clases más vulnerables y empobrecidas del planeta no te permitirá ni siquiera llegar a los 65 años, mucho menos hablar de longevidad.

Un derecho irrenunciable

Pese a todo, tengo esperanza. Esperanza con el cambio demográfico que se avecina, donde una amplia mayoría social de personas será la que imponga una actuación integral y firme en defensa de los derechos de las personas mayores, como la pendiente aprobación de la Convención Internacional de las Personas Mayores. Todo aquello que la gerontología no pudo conseguir.

Mientras tanto, veamos el envejecimiento como un proceso natural y practiquémoslo con honestidad para que no sea, como es hoy, un acto de enorme valentía; porque el envejecimiento es un hecho pero hacerlo con respeto, libertad, salud o autoestima es un derecho al que no debemos renunciar aunque esta sociedad edadista siga con su hegemonía. Porque, ¿qué sentido tiene vivir más si es a costa de perder autonomía, dignidad o consideración?

De todos modos, yo seguiré con mi propuesta, la de llamar a las cosas por su nombre y a las personas por sus nombres propios. Si los negros o los gordos se apoderaron de lo que los otros consideraban un insulto para ponerle valor a su singular condición, ¿por qué no los viejos y las viejas hacemos lo mismo?

 

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